D.R. Ricaldi

El Crimen de “Las cajitas de agua”

El Crimen de “Las cajitas de agua”

Por 
D.R. Ricaldi




16:00 horas. Miércoles 06 de junio de 1923, la Segunda Comisaría avisa a la Sección de Seguridad (actual PDI) que, en “las cajitas de agua”, ubicadas al término del Parque Forestal donde actualmente está el Puente Pío Nono, el limpiador de rejas llamado Ismael Gatica, ha encontrado un extraño paquete. El aludido Señor Gatica dice haber visto un bulto retenido en las rendijas, por donde pasaba el agua para el servicio de alcantarillado. Al recoger el bulto se quiso cerciorar de su contenido llevándose una no grata sorpresa. El paquete tenía: una pierna. Ismael Gatica llevó de inmediato su hallazgo a la Segunda Comisaría.

El Subcomisario Ventura Maturana y el Agente Luis Díaz, fueron los encargados de llevar está singular investigación. En medio de su propio estupor, ambos investigadores echaron mano a su expertis e intentaron dar solución a este inédito caso.

Como toda investigación iniciaron por lo más básico: lo que se les presentaba a simple vista. Una pierna izquierda con un pie pequeño, de alrededor de 24 cms. De largo, con callos en el talón y juanetes. Músculos fuertes, ya desarrollados. ¿Qué les decía la lógica ante este hallazgo? quién lo hubiese echo tuvo que ver cómo solucionar el problema de transportar una pierna estirada, y lograr disimular el contenido. Cuando ambos profesionales examinaron el paquete, se encontraron con que la pierna estaba envuelta en unas hojas de “El Diario Ilustrado” con fecha 02 de junio del mismo año, las cuales estaban prácticamente destruidas por la acción de las aguas del Mapocho. La pierna conservaba los restos de un calzoncillo de punto. La pierna había sido doblada y atada con fuerza con un cáñamo grueso y nuevo. En cuanto a los cortes de la pierna, se descartó la posibilidad que hubiese sido amputada por un médico, sin embargo, el corte reveló cierta maestría.

El Subcomisario llamó a los Doctores Matus y Leyton para que brindaran el veredicto final: Descuartizamiento. Ante el hallazgo y la opinión final de los médicos, se decidió verificar en los hospitales más cercanos por quizás tratarse de un “descuido médico”. Los Hospitales de El Salvador y San Luis, por estar cerca del río, fueron entrevistados e investigados. Todo esto, aún sabiendo que el corte no correspondía a los de un cirujano, y que el elemento cortante tampoco había sido un bisturí. Todo correspondía a una persona que aún manejándose en materia de cortes, era inexperto, ya que solo un criminal nervioso amputaría una pierna con unos calzoncillos adheridos al corte mismo.

Al día siguiente, mientras la población de Santiago se enteraba a través de la prensa de este caso, el Río Mapocho era recorrido por comisiones policiales en toda su extensión, para intentar ubicar otros restos.

El jueves 07 de junio del mismo año, Ernesto Salinas llamó a la policía, comunicando que en la calle Germán Riesco, cerca del matadero en un sitio eriazo, se había encontrado un tronco humano envuelto en un saco cafetero nuevo. Los agentes Salvador Orellana y Amador Lizama, son sumados por el Subcomisario Maturana a la investigación. Ambos entrevistan a Ernesto Salinas y se enteran que el descubridor de la nueva evidencia era un niño llamado Luis Aguirre.

Tronco de la víctima encontrado en Germán Riesco.  

El saco tenía impreso con tinta tipográfica la leyenda “A.A.B.C. Valparaíso. 250 kilos. 71”. En su interior: un tronco humano envuelto en hule blanco-amarillento, con sangre seca, semi seca y líquida, coágulos apostados en la parte inferior. El hule tenía flores de colores y con quebraduras en las cuatro puntas. El tronco vestía una camiseta blanca, gruesa con la leyenda “Cóndor de oro”. En el botón superior estaba enredado un largo cabello castaño. Las mangas de la camiseta también estaban cortadas con cuchillo. Una hoja del diario “Las Últimas Noticias” con fecha 04 de junio del año en curso, yacía en el fondo del saco. Nuevamente fueron encontrados trozos de cáñamo nuevo y grueso.

El niño Aguirre mostró el sitio: un rincón, junto a una pared destruida y una reja de alambre que daba al sitio eriazo. En el lugar, Maturana descubrió la huella de la rueda de un coche, que se detuvo muy cerca de la vereda, y la profunda pisada dejada por el zapato derecho de una mujer.

En el Servicio Médico Legal, se llegó a la siguiente conclusión después de periciado el tronco humano: el hombro derecho tenía un lunar oscuro y carnoso; en el pene, había secreción purulenta (blenorrea); en el estómago, chicha con harina, vino tinto y carne de cerdo. Se calculó la edad por una media de 35 años y una estatura aproximada de 1.72. La interrogante medico legal era: ¿el desmembramiento habría sido pre o post mortem?

Después del nuevo hallazgo, cundió el pánico. Miles de familiares se agolparon en las puertas de La Morgue para reclamar los restos de algún pariente desaparecido o bien para simplemente ver el macabro espectáculo: el lunar carnoso, el pie pequeño, el calzoncillo de punto o la camiseta con el lema “Cóndor de oro”.

Maturana pensó que todo el caso sobrepasaban las fuerzas de alguien del sexo femenino, el descubrimiento del cabello y la pisada, bien podrían corresponder a una cómplice y no a una asesina.

Hasta ese momento la policía aún se encontraba en la búsqueda de la cabeza y las manos, estas últimas además para poder identificar a la víctima.

El Agente Salvador Orellana decidió fijar su atención entre las personas de origen más humilde, principalmente por las evidencias encontradas en el propio cuerpo. Fue así como permaneció en las inmediaciones de la Morgue, viendo y estudiando a las personas que iban a identificar al occiso como un posible pariente suyo. En esta espera estaba, cuando se enteró de la extraña ausencia de un suplementero apodado “El Águila”. Investigó el asunto, entre los mismos suplementeros, dando con el nombre real de “El Águila”: Efraín Santander.


Con este dato en la oficina de identificación se enteró del apellido materno, Jara, y de un par de delitos menores cometidos por “El Águila”. Además, la edad, la contextura y la estatura coincidían con los de la víctima. Por la misma oficina se enteraron que estaba casado con la también suplementera Rosa Faúndez Cavieres, de cabello castaño.



Ligaron la pisada encontrada en la calle Germán Riesco (donde apareció el tronco) con la posible pisada de la mujer y la deducción de los investigadores los llevó a concluir que las partes del cuerpo encontradas en diferentes lugares habían seguido un solo fin: alejar el cuerpo de su domicilio. Maturana recordó la hipótesis, basándose en el plano de Santiago: el centro, entre los dos sitios donde encontraron parte del cuerpo, daba como resultado, la tercera cuadra de Santa Rosa o la primera de Santa Isabel. Muy cerca del domicilio de Rosa Faúndez.

Se ordena el registro de la casa número 12, ubicada en el cité de calle Santa Rosa 353, donde le matrimonio vivía.

En el lugar se encontraron unos zapatos del nro. 37 y los cordeles. Además, verificaron que el mantel de la mesa coincidía exactamente con el encontrado en el segundo sitio del suceso. Ante este descubrimiento, Rosa Faúndez explicó que dicho mantel se lo había regalado a una comadre.

Al continuar con el registro encontraron, bajo un baúl, dos pañuelos de mujer ensangrentados, así mismo como el propio baúl, el cual tenia manchas de sangre en su interior. Al ser consultada por los agentes, la mujer solo se encogió de hombros. Una manopla y una navaja aparecieron en un cajón de una vieja maquina de coser.

Rosa Faúndez fue llevada al cuartel para continuar con el interrogatorio. Allí la mujer afirmó que su esposo se había ido a Valparaíso, a vivir con su "querida", una tal María Vargas.

 

Acorralada frente a la gran cantidad de evidencias encontradas y que apuntaban hacia ella, terminó por confesar la verdad de todo.

Rosa Faúndez declaró que el domingo 03, Efraín Santander habría llegado ebrio. Comenzaron a discutir por una carta que había enviado María Vargas, donde esta le pedía $30. Rosa Faúndez se puso celosa, y la víctima le habría amenazado con irse a Valparaíso con María Vargas y que además la habría golpeado. Que entonces ella se bajó de la cama, lo habría tomado por el cuello con todas sus fuerzas apretándole la garganta y lo tendió de espaldas, sin que lanzara ningún grito. Él la tomó del pelo y le arrancó un mechón del lado derecho de la frente. Ella apretó más la garganta de la víctima. Luego lo vio convulsionarse y quedar inerte con la lengua afuera.


 

Enseguida se sentó en una silla, apoyó la frente en las manos y dándose cuenta de lo que había echo se puso a llorar.

Pasado un rato, se fijó que los tres muchachos que dormían en la misma pieza, no se habían despertado.




Despacio, vació un baúl cercano, y metió a la víctima en su interior. Después encendió una vela porque no quería quedarse a oscuras.

Al día siguiente, cuando los suplementeros preguntaron por “El Águila” les dijo que se había ido temprano a Valparaíso. Luego que los muchachos se fueran a buscar los diarios, se decidió a descuartizar el cadáver para hacerlo desaparecer.


"Primero corté la cabeza, en seguida las piernas, después separé las manos de los brazos. Hice cinco paquetes y con ellos hice cuatro viajes. Tres en victoria y uno en tranvía. Boté la cabeza y las manos en el canal de Las Hornillas (Vivaceta); el tronco, al final de la calle Germán Riesco, y las piernas las dejé en diferentes lugares del Río Mapocho” Así fue la declaración de Rosa Faúndez. Durante la reconstitución de la escena no terminaron por despejarse las innumerables dudas. Era demasiado el crimen para una sola mujer.

Fue condenada a presidio perpetuo. Cumplió veinte años y salió por buena conducta. Rosa Faúndez se declaró como única autora del crimen y posterior desmenbramiento de su esposo. Siempre quedaron dudas al respecto. ¿Cómo ninguno de los tres muchachos que dormían en la misma pieza no escucharon nada?, ¿cómo nadie vio, ni oyó nada?, ¿Por qué la víctima no se defendió si la autopsia no reveló que estuviera ebrio?, ¿cómo una mujer podría tener la fuerza suficiente para matar, descuartizar y posteriormente cargar, por todo Santiago, con partes de un cuerpo? Ante esta interrogante de cómo una mujer pudo descuartizar un cuerpo con una exactitud tan impresionante, que incluso la policía llegó a sospechar que el asesino era un médico, la misma mujer indicó con naturalidad que lo había descuartizado con un cuchillo muy bueno y que le había costado poco porque sabía que era fácil de operar buscando las coyunturas.

   

   

Rosa Faúndez Cavieres, murió a la edad de 66 años.


TEXXTITO FINALSH


 

 

 
 
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